Hace un par de meses fui a una reunión llamada “autocuidado radical” en una biblioteca pública. La verdad iba un poco escéptica porque no confío mucho en el uso de la palabra “radical” en estos días pero salí muy sorprendida y feliz.
La mayoría de les asistentes eran más chices que yo. Casi todes eran niñes entre 13 y 16 años que decidieron hacer una reunión para comer pizza y platicar de sus emociones. Todes eran activistas en sus comunidades y, aunque hablaron un poco de su activismo, se concentraron en compartir sus miedos de todos los días: reprobar una clase, no estar ayudando suficiente en casa. Yo me dediqué a escuchar y a aprender del autocuidado.
El autocuidado o self-care consiste en los esfuerzos conscientes que hacemos para procurar nuestro bienestar físico y emocional. La idea no es nueva pero tomó mucha fuerza después de que Donald Trump ganó las elecciones estadounidenses en 2016. A los pocos días de la elección, las búsquedas de self-care en Google se duplicaron y las redes sociales se inundaron con ese hashtag. La popularidad del autocuidado en internet comenzó a ser utilizada como estrategia de marketing y ahora las marcas usan este término para vendernos desde mascarillas coreanas hasta curitas.
Sin embargo, los orígenes del autocuidado están muy lejos de las marcas. Durante los sesentas con los movimientos feministas, anti-guerra y de derechos civiles, el autocuidado surgió como un acto político. Las mujeres negras fueron las principales promotoras del self-care porque era su respuesta a la institución (racista y patriarcal) de la medicina que se negaba a atender sus necesidades de forma apropiada. Los hospitales en Estados Unidos mostraban total desinterés por atender a comunidades marginadas así que grupos activistas como las Black Panthers crearon clínicas comunitarias en las que tenían como prioridad la salud de aquelles que siempre habían sido ignorades: las mujeres, las personas negras, la comunidad LGBTQ+.
Así, el autocuidado surgió no sólo como un acto político sino como un acto comunitario. Les activistas lo veían como un acto de supervivencia, no de indulgencia. Lo irónico es que, al retomarlo después de la elección de Trump, quien promovió el autocuidado fue un grupo compuesto por mujeres blancas, heterosexuales y ricas. Esto, combinado con la infinita cantidad de anuncios en Instagram sobre velas aromáticas, ha convertido el autocuidado en una cosa más que el mercado nos invita (¿exige?) comprar.
El autocuidado es importante y poderoso. Nos recuerda que nuestro bienestar es una prioridad, incluso si al mundo no le parece que lo sea. El problema es que si buscamos tips de autocuidado nos aparecen anuncios para vendernos cosas “absolutamente necesarias” para poder tratar bien a nuestro cuerpo y mente. No es que esté mal invertir tu tiempo y dinero en ti misme pero disponer de ese tiempo y dinero sigue siendo un privilegio y excluye a los grupos que más necesitan el autocuidado.
Hagamos un esfuerzo, no sólo por darnos el cuidado y amor que necesitamos sino por reconocer nuestros privilegios cuando lo hacemos. Hay muchas formas de cuidarnos sin gastar. Empecemos por hablarnos con cariño, dejar las redes sociales cuando nos generan ansiedad, hidratarnos por dentro (agua) y por fuera (crema), ponernos una pijama recién lavada y leer un rato de aquelles activistas que se dieron cuenta de lo importante que es hacer todo esto. Aprendamos de elles, de su forma de enfrentar a un mundo al que no le importan las minorías. Hagamos reuniones con nuestres amigues para hablar de nuestros sentimientos. Escuchemos a quienes viven experiencias distintas a las nuestras y si después queremos ponernos una mascarilla y prender una vela aromática, está bien. Solamente hay que recordar que el autocuidado no se trata de consumo excesivo sino de supervivencia.
Imagen de Kim Rescate