Mi papá es militar y yo estoy en contra de la Guardia Nacional

Les escribo desde el norte, desde “Monterror” en específico. Sí, “Monterror” y ya no Monterrey, porque la guerra contra el narco nos cambió la vida. Cerramos el 2018 con 101 feminicidios, los cuales son cada vez más violentos debido al mayor acceso a armas en el país. Esta guerra le arruinó la etapa de juego a miles de niñas y niños como mi hermano y las consecuencias de eso aún ni las alcanzamos a dimensionar. Seguimos buscando a nuestros miles de desaparecidos, entre ellos Roy, hijo de Lety, y ya no están aquí muchos de nosotres, las y los jóvenes, como Jorge y Javier, hijos de Rosy y Haydé, respectivamente.

Les escribo principalmente desde mi perspectiva como hija de un militar, pero también como nieta de otro militar, sobrina de otro par de militares y prima de dos militares en formación y una graduada que forman parte de las primeras generaciones de mujeres militares. Antes, hace como 17 años, me solía enorgullecer contarle a mis compañeras del salón que mi papá es militar. Luego, cuando empezó la guerra, por miedo a que me secuestraran “los narcos”, en la secundaria decidí no usar mi apellido paterno en redes sociales y evitar mencionar en qué trabaja mi papá. Cuando entré a la universidad y conocí a detalle el caso de Jorge y Javier, ya más bien me daba pena decir esa verdad y se volvió un secreto que solo le confesaba a personas de mucha confianza y cuando me aseguraba de que tenían clara mi postura crítica de “la institución que me dio de comer” (como me han dicho por ahí), el Ejército.

Me atrevo a compartir públicamente que mi padre es militar y que pertenezco a una familia de militares sobrevivientes a esta guerra no porque pretenda representar a todas las hijas o hijos de militares. Sino porque considero que puedo brindar una perspectiva que pocas personas en mi situación pueden y quieren compartir por el miedo a represiones a sus o de sus familiares. Además, me interesa contribuir a descentralizar la discusión sobre la Guardia Nacional.

Me parece que la discusión hasta ahora ha sido adultocéntrica, pese a que las desapariciones y asesinatos de jóvenes fueron altísimos. Que se ha concentrado en CDMX, cuando fue en el norte donde más lastimó esta guerra. Percibo que los principales interlocutores válidos como “expertos en seguridad” (aunque no todos lo sean) son sobre todo hombres, dejando de lado los saberes y perspectivas de las víctimas de esta guerra, de los mandos medios, de la tropa y de las derechohabientes.

El perfil del militar

Los militares del Ejército mexicano provienen, en su mayoría, de familias de muy escasos recursos. Los reclutan sobre todo en pueblos marginados, para que a cambio de “dar tu vida a la patria” y tu libertad, sea sumamente atractiva la idea de tener educación gratuita al ir a las escuelas militares, más el mega plus de techo, comida y ropa mientras estudias + trabajo asegurado al graduarte, con prestaciones por encima de la ley, sueldo seguro y servicio médico de la más alta calidad para tu esposa, hijas, hijos, madre y padre. Pocas y pocos entran realmente al colegio militar o sus equivalentes por amor a la patria, sino porque representa una manera de acceder a la educación superior sin que les cueste a sus familias y porque representa seguridad en medio de la precariedad laboral de estos tiempos.

Sí, la mayoría de los militares son morenos, chaparros y tienen mala condición física. Ninguna sorpresa para quienes tienen claro que el color de la piel está relacionado con la clase social en este país. Recuerdo una vez cuestionar a las amigas cadetes de mi prima sobre por qué continuar con la escuela militar si siempre se quejaban durante su franquicia de lo mal que la pasaban en el colegio militar y todas las violencias que recibían como “potras” (alumnas de primer ingreso). Una de ellas me calló con: “porque tenemos necesidad”.

Con el soldado raso es todavía peor la necesidad porque ellos no tienen tiempo para invertir en su educación, son jóvenes a los que les urge el ingreso seguro y competitivo que ofrece el Ejército y que después de los 2 meses de un curso express ya manejan un arma larga y están listos para ser la tropa del Ejército. Antes de la guerra contra el narco, los soldados rasos eran los que barrían las unidades habitacionales, los que arreglaban los imperfectos de la casa a las familias de los oficiales y jefes o los que abrían las puertas de acceso al batallón. En estos tiempos de guerra y normalización de la violencia, los soldados rasos son la carne de cañón. También los que entran al Ejército ansiosos de acción, del poder a través de las armas y de fortalecer su frágil masculinidad. Los soldados rasos son sobre todo jóvenes bélicos, rurales y de la periferia, que están matando a otros jóvenes.

Rasos o formados en la escuela militar, los militares son personas mal preparadas fuera de los saberes de las armas y de conocerse a detalle la historia oficial del país (que no es otra cosa que la historia de la guerra). Sus ascensos son con base en exámenes que perpetúan la memorización sobre el análisis crítico. Suelen ser personas con valores tradicionales muy marcados y familias conformadas por esposas(os), hijas e hijos. Suelen limitarse a dar o seguir órdenes, según el rol que les brinda su grado en el Ejército. Suelen considerar que los derechos humanos son para defender delincuentes, pese a que ya llevan varios años tomando cursos de derechos humanos. Mencionar todas estas generalidades es relevante porque da pistas sobre los mecanismos de control de esta guerra (como las becas sedena para hijos de militares) y sobre los riesgos de que los militares hagan labores de seguridad.

¿Militarización para servir a quién?

A mí no. A mi mamá y a todas las esposas de aquéllos hombres en uniformes camuflados que salen a combatir al narcotráfico poniendo en riesgo su vida, tampoco. Mi papá lo supo bien, después de que le alcanzó un granadazo en Apodaca buscó ser responsable consigo mismo, con su edad y menor agilidad, con mi mamá y con nosotras al moverse a un puesto de oficina.

A las juventudes tampoco. La Guardia Nacional solo perpetúa una guerra de jóvenes matando a otros jóvenes. Nos criminalizan por cómo nos vestimos y de qué barrio somos. Nos disparan porque somos el indicador de resultados para los mandos más altos: número de “abatidos” (asesinados en balaceras o enfrentamientos). Y sí, porque los muertos no hablan.

A las mujeres menos. Más poder a los militares significa tortura, violaciones y otras violencias sexuales para nosotras que, además, quedan impunes. Los perfiles bélicos y la masculinidad tóxica están íntimamente relacionados y ampliamente estudiados. Lo mismo para las consecuencias de la guerra en las mujeres y su relación con el incremento de los feminicidios y otras violencias contra nosotras.

En cambio, la militarización sirve a las grandes empresas para obtener seguridad privada con recursos públicos. Ahora es común que un convoy escolte a trailers durante el traslado de mercancía hasta la frontera. Con el pretexto de la inseguridad provocada por guerra, industrias como la del acero resolvieron el problema milenario del robo en las carreteras.

También garantiza seguridad financiera a las empresas de la industria de la guerra (armas, circuitos cerrados, botas militares, etc.) y las empresas entrantes del fracking que están ubicadas en los pueblos donde la guerra desplazó a las personas. Los narcotraficantes, también empresarios, se benefician en este sentido porque ante la guerra y la prohibición elevan el precio de las drogas.

Asimismo significa más poder para los militares que trabajan para el narcotráfico que estrenan cada año carros impagables para sus sueldos y para la élite militar que recibe regalos espléndidos al menos cada Navidad y año nuevo, en agradecimiento a sus favores a particulares y poderosos empresarios y políticos, pero que no rinde cuentas a nadie por las órdenes de matar jóvenes.

Continuar con la militarización representa seguridad y riqueza para algunos empresarios, para los políticos y militares coludidos con el narco y para la élite militar. Nadie más. Para el resto de la sociedad mexicana, incluidas las familias de militares de mandos medios y tropa, significa dolor, pérdida de familiares, miedo, traumas y menor libertad.

Pensemos colectivamente el camino a la desmilitarización paulatina

La prevención del delito se logrará con oportunidades de empleo y educación integral para todas y todos, principalmente para las juventudes, y no con policías militares. Nos urge una reforma laboral que resista al sistema capitalista que genera desigualdad, una de las causas raíz de esta guerra. También nos urge una reforma educativa que garantice que los planes de estudio desarrollen el pensamiento crítico del estudiantado y eduquen para la paz.

La preservación de la seguridad pública y el combate a la delincuencia se logra con inteligencia, estrategia e inversión en tecnología a cargo de civiles altamente capacitados y no con balazos en las calles. Mientras preparamos esos perfiles de civiles, construyamos las condiciones para que un empleo de policía sea atractivo, hagamos que también las y los policías tengan salarios, prestaciones y condiciones laborales justas y servicios de salud a la altura del que ofrece el ISSFAM. Que haya becas para acceder a la educación superior para todos los jóvenes mexicanos, para que deje de ser un mecanismo de permanencia de los militares en el activo. También pensemos en programas que brinden alternativas de empleo tras el retiro o la baja a los militares fuera del área de la seguridad pública y pongamos candados para que no puedan ser contratados en instituciones de seguridad pública.

El gran error del Plan Nacional de Paz y Seguridad 2018-2024 que presentó AMLO es la propuesta de perpetuar la militarización de la inseguridad (porque, ¿cuál pinche seguridad?) a través de la Guardia Nacional. Como hija de un militar de mando medio me declaro en contra de la Guardia Nacional y en contra de esta guerra sin sentido que ha llenado de sangre el país. Me declaro a favor de la desmilitarización paulatina, de la justicia para todas las víctimas de la guerra y de que pensemos colectivamente alternativas a la Guardia Nacional. Desmilitarizar paulatinamente implica paciencia en tiempos de la instantaneidad y que discutamos ampliamente todas las voces. Que la discusión salga del Congreso Federal y de los círculos de políticos, académicos y activistas. Todas las personas en este país nos estamos jugando la vida.

“Sin memoria no hay justicia, sin justicia no hay paz”

#TodosSomosJorgeyJavier

Angie Maldonado, politóloga feminista.

Participa en el colectivo #TodosSomosJorgeyJavier, grupo de jóvenes que acompaña a las familias de Javier Arredondo y Jorge Mercado en su lucha por verdad, justicia y memoria sobre el caso de sus hijos, estudiantes del Tec asesinados por el Ejército en 2010.

———————————————-

*Monterror fue acuñado por las brillantes mentes detrás de la obra de teatro feminista “Zorrúbela. El despertar de monterror

5 comentarios en “Mi papá es militar y yo estoy en contra de la Guardia Nacional

  1. Excelente narrativa ….pareciera imposible ir contra la inercia que proyecta en todos sus ámbitos la idiosincrasia Mexicana….cada día hay una oportunidad de seguir contribuyendo a lograr el cambio de mentalidad colectivo que urge en nuestro México. ..ésta reflexión aporta un granito de arena Enorme. ..!!!

    Me gusta

  2. Soy esposa de un elemento de las fuerzas armadas por mas de una decada y pena me da leer su articulo, y mas pena me da el concepto en el que tiene al ejército mexicano por el que segun su texto comio y recibio su educación, supongo que su historia de su papá fue hace muchos años para catalogar a los elementos como «ignorantes» lo que me extraña que segun usted se rodea de gente del medio y no tenga conocimiento de la evolución del ejército hasta de los aspectos o requerimientos para formar parte de el, desde hace ya varios años, tristeza a de tener su papá por la nula valoración de su desempeño durante su estancia y lo catalogen como asesino.

    Me gusta

Deja un comentario