Me quedé dormida en calzones y con una camisa vieja de algún voluntariado al que fui. Al momento de quitármela, trato de aguantar el aire para ver mi estómago lo más plano posible. ¿Por qué sólo me veo flaca en la mañana? Me meto a bañar pensando en que me desperté lo suficientemente temprano para que me dé tiempo de exfoliarme y hacer toda la rutina completa del baño, y empiezo por mis piernas.
Tengo un tatuaje de un plato de ramen en el “chamorro”. Me lo puse porque sinceramente me gusta muchísimo la comida, especialmente los caldos grasosos con carbohidratos, y un pozole no se habría visto tan bonito en blanco y negro. Cada que lo veo me río porque pienso en que me molesta que mis piernas me parecen gordas pero ahí mismo está referenciada la razón.
Paso, casi ignorandolos, por mis glúteos y mi panza, no me quiero detener ahí porque no les quiero prestar atención. Mejor voy a exfoliar mis brazos, ahí tengo tatuado un epazote, un maíz, un garbanzo, un frijol y un café. Están ahí mis ingredientes favoritos y la comida de mi infancia.
Los peneques, quesadillas capeadas en caldillo de jitomate (con mucho epazote), me recuerdan que mi abuelita sigue preparándolos aún después de su ceguera; lo importante era seguir compartiéndose con nosotras. Me podría comer 2, 5, 17, 23 y siempre seguiría encontrando un espacio para ellos porque conozco el tiempo que toma hacerlos y sé que mínimo me tocan 6 meses de esperar a poder volver a comerlos.
A lo largo de mi vida me he acostumbrado a un mismo proceso emocional a la hora de la comida: felicidad plena y disfrute seguido de una culpa aplastante. La primera vez que me sentí así fue a los 8 años, justo estaba terminando de comer con mi abuelita cuando uno de mis primos me dijo “albóndiga con lentes”. Ese verano justo fue la primera vez que no quise usar shorts o vestidos cortos. Entendí muy tarde que el origen de este sentimiento era injusto y es algo con lo que las mujeres aprendemos a vivir desde muy chicas.
Me acordé, también, que justo ese año fui a la Basílica de Guadalupe con mis papás y que, cuando íbamos atravesando una serie de puestos ambulantes, un hombre me jaló del brazo y pasó su mano por mi pecho aún no desarrollado. Confundida, me detuve a voltearlo a ver para encontrarme con una sonrisa asquerosa que después pasó su mano por mi piernas y mi vulva. Justo cuando su mano estaba sobre mi vulva me jaló hacia él con fuerza. Me quedé helada y fue entonces cuando mi mamá y papá voltearon a ver qué sucedía. Mi papá se peleó con el hombre y mi mamá me tomó de la mano para subir las escaleras y llevarnos directo a la misa de las 11.
Mientras termino de exfoliarme, me enjuago el cuerpo, me lavo el pelo y la cara y paso mis propias manos por mi vulva. Pienso en que ambas experiencias cambiaron drásticamente mi forma de vivir. Cambié mis gustos a la hora de vestirme y dejé de sentirme cómoda pidiendo otro plato de pozole, dejé de caminar detrás de mis papás (a petición suya) y dejé de sentirme niña. A los 8 años. Perder la infancia tan pronto, encontrarme con un cuerpo y sentir que ya no es sólo mío no debería de ser algo que suceda comúnmente.
Pienso en si todas y todos tenemos procesos similares a la hora de bañarnos o si es algo raro que no pasa tanto. Quiero creer que la mayoría de nosotras tienen la oportunidad de ser niñas por más tiempo, pero no lo sé, me entristece esa incertidumbre y estar empezando el día así. Ya se me hizo tarde, es hora de desayunar.
Ilustración por Phuong Nguyen
Imagino tus tatuajes muy bonito, sobre todo el tus ingredientes de comida. Se lee muy bello.
Me recordaste al libro «Enfermas de belleza» de la Dr. Renee Engeln, podrías echarle un ojo, me gustó mucho porque me hizo darme cuenta que decirle «¡qué delgada te ves!» a una chica puede afectarle porque no sabemos por lo que está pasando.
Me gustó tu forma de escribir, me envolí en la historia
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No deberían suceder cosas así. Una criatura de 8 años debe poder ser libre e inocente mientras pueda. Vencido por el odio me gustaría que cortasen el brazo por el codo a monstruos así.
A la hora del baño, aun no siendo mujer, he sentido situaciones similares. También aprendí demasiado pronto en la niñez que el pene valía para rutinas oscuras que, sin llegar a comprender, sabía que no eran buenas. Inconscientemente empecé a temer a mis iguales chicos y a los hombres.
Hablas a la vez de tu sentir con la comida, otra invariable supuesta fuente de placer con la cual también los demás se empeñan en hacernos partícipes de sus opiniones.
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