De Carlomagno y cómo me convertí en mamá

Por Nora / @DominoeDancer

“Pero yo ya no soy yo / Ni mi casa es ya mi casa”

-Federico García Lorca

Antes de nacer, se llamaba Carlomagno. Hace más de una década, cuando mi (entonces) novio y yo todavía no nos graduábamos de la carrera y yo quería estudiar un doctorado, el nombre de ese “bebé posible” cuya existencia evitábamos a toda costa era Carlomagno. Nos imaginábamos lo peor: iba a ser un junior fresa, corredor de carreras en Europa, bien peinado, amante de todo lo que nosotros odiábamos. Así lo mantuvimos inexistente durante años.

Muchos años después, ya casados y después de analizarlo, decidimos que era hora de reproducirnos. Para nuestra sorpresa, Carlomagno tenía tantas ganas de existir como nosotros habíamos tenido de que existiera. En resumen, tardé más de un año en embarazarme, luego perdí dos embarazos. Me adentré en ramas de la medicina reproductiva que no sabía que existían. Me hicieron estudios que invadieron espacios de mi cuerpo que desconocía. Pero, al final, un ultrasonido mostró por fin “un óvulo perfecto”, listo para ser fecundado. Dos semanas y tres días después, la prueba de embarazo fue positiva. Fui al baño con pánico durante semanas, segura de que iba a haber sangre y otro aborto espontáneo. Pero no. Esta vez, Carlomagno había decidido entrar en escena.

En mi mente, este bebé imaginario siempre tuvo cromosomas XY, pero la hija real que tendría algún día se iba a llamar Georgina, como mi abuela. Carlomagno dijo que, de eso, nada. En mi mente, las hormonas y las dopamina me iban a hacer brillar de felicidad durante nueve meses. No contaba con las náuseas, el dolor de espalda y, sobre todo, la ansiedad. Desde el día en el que el parto entró en mi mente como “algo” que no sabía cuándo ni cómo sucedería, dejé de dormir. Después de varias semanas de horror e insomnio, decidí que no tenía por qué torturarme. Podía ponerle fecha y hora al nacimiento de este bebé. La medicina moderna lo permite. No, no es lo más natural, pero nada sobre la llegada de Carlomagno al mundo fue completamente natural.

Un año y dos meses después de su nacimiento, pensar en mí misma como “mamá” todavía me cuesta trabajo. Me gusta pensar que yo soy “yo”, no “la mamá de”, aunque sí lo sea, también. Es difícil admitir que hay días en los que pienso que reproducirme no fue la mejor decisión. Días en los que me cuesta existir yo misma y la idea de cuidar de alguien más me parece imposible. Pero, afortunadamente, esos días son los menos. La mejor decisión que tomé antes de ser mamá fue elegir bien al padre. Siempre supe que era algo que no iba a poder hacer sola, y su apoyo y el de toda nuestra familia ha sido esencial.

No creo ser una madre perfecta. Si acaso, buena. Pero me enorgullezco de haber llegado a este punto de mi vida completamente consciente de que eso era lo que deseaba. Entiendo el enorme privilegio del que he gozado. Sé que, desafortunadamente, aunque se trata de nuestros cuerpos, no es algo en lo que las mujeres siempre podamos decidir.

La reproducción tiene, además, costos graves en la vida profesional de las mujeres. La mayoría sufre un alto en su crecimiento laboral del que nunca se recupera. La diferencia salarial se incrementa. Todas estas son cosas que yo sabía, pero estaba segura que no me iban a pasar a mí porque… of course. Aprender a vivir con objetivos de vida que no tengan que ver con la academia ha sido, personalmente, el mayor reto, lo más difícil que me ha enseñado ser madre.

Y así, aunque no soy ninguna autoridad sobre el tema, me atrevo a enunciar algunas recomendaciones para quienes estén considerando la maternidad:

1.No tengan hijos si no están completamente seguras de que quieren vivir con alguien que dependa 100% de ustedes todos los días, todo el tiempo. No se conviertan en mamás porque “se va a ver hermosa la foto con la pancita”, o porque “ya estoy llegando (o pasando) los 30”, o porque “si no, tu marido te va a dejar”. Su cerebro entero se va a ver colonizado por la existencia de alguien más. Si no están dispuestas a ello, no lo hagan.

2. Si ya lo pensaron y aun así quieren hacerlo, aprendan lo más posible al respecto, pero no se sientan obligadas a obedecer todo lo que otras hagan. Consulten médicos, familiares, chamanes, su carta astral, todo lo que las haga sentir más seguras de lo que están viviendo, pero sepan también que no pueden darle gusto a todos y que la primera que tiene que estar contenta con sus decisiones es la madre.

3. Si sólo me hacen caso en una cosa, que sea ésta: “NO PUEDEN MALCRIAR A UN BEBÉ”. No importa cuántas horas lo carguen. No importa si se duerme en sus brazos, sobre sus panzas, en su cama o en su propia cuna. No importa si lactan hasta los 3 años o sólo 3 semanas. No importa si lo envuelven en las cobijas más suaves y sólo le hablan bajito y le cantan y no lo dejan llorar ni un segundo. El momento de la disciplina es otro. Los bebés necesitan amor y seguridad, y la asquerosa frase de “es que lo vas a embracilar” debería estar prohibida a su alrededor.

4. Finalmente, prepárense para que el fruto de sus entrañas sea muy distinto a lo que imaginaron. Prepárense para que le guste el heavy metal, el Libro Vaquero, los hombres, las mujeres (o ambos), los musicales, las carreras de motos, o cualquier cosa que ustedes asocien con “lo peor”, y estén dispuestos a amar y aceptar a este ser, a pesar de todo ello.

Carlomagno dejó de ser Carlomagno el día que nació. Y yo dejé de ser sólo “yo”, y ahora y para siempre voy a ser, también, su mamá.

Un comentario en “De Carlomagno y cómo me convertí en mamá

  1. ¡Qué bonito, Nora! Me da mucho gusto que sean nuevas experiencias y que te sientas bien con tus decisiones.
    Leo esto tarde, pero muchas felicidades por tu bebé y por tu nueva faceta ❤

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