En defensa de la ternura

Desde que puedo recordar, siempre han habido algunas cualidades y rasgos de mi personalidad a los que les he concedido mayor importancia y, por lo tanto, utilidad. Ser inteligente, culta, trabajadora, proyectar cierta imagen, y un sinfín más.  Rasgos que sé que la sociedad valora y, por lo tanto, me pueden llevar a lugares.

Porque somos seres socializados y hemos crecido con la competitividad enraizada en todas nuestras conductas y formas de relacionarnos. Hemos aprendido a valorar las cualidades que nos permiten proyectarnos como capaces, aptos y productivos para una sociedad dura y hostil.

Sin embargo, hace un par de años en una de mis incontables crisis causadas por la eterna insatisfacción por mis acciones y logros, una persona me dijo que independientemente de lo que hiciera y a dónde llegara, siempre debía estar orgullosa de ser una buena persona conmigo y con los otros.

Por supuesto, en su momento deseché la idea. Ser buena persona es lo básico, lo más mínimo con lo que uno tiene que contar. Pero es que tanto más lo pienso, más me doy cuenta de lo complejo y enriquecedor que esto puede llegar a ser.

Un buen día hace algunos meses llegó a mí un escrito llamado “Manifiesto de la ternura radical”, encapsulando mucho de lo que me había esforzado por interiorizar en los últimos años. En él, Dani d’Emilia y Daniel B. Chávez hablan de la ternura radical como esa cualidad que nos da fuerza desde la vulnerabilidad y la sensibilidad.

La ternura radical es apertura a los otros y a las nuevas versiones de nosotros mismos, es la posibilidad de experimentar nuestros miedos y debilidades y construir a partir de ellos, reconociéndonos seres sentipensantes y viviendo en equilibrio entre nuestras varias dimensiones.

La ternura nos permite abrazar las profundidades y contradicciones de nuestras emociones más complejas, entendiéndonos parte de una comunidad en la que nuestras experiencias y sentires afectan y son afectados por los otros. La ternura es la empatía hacia quienes no comprendemos y la amabilidad que no se condiciona aunque nos sintamos amenazados.

Hacer de la ternura una conducta radical implica asumir el riesgo de mostrarte con la piel ligera y las emociones fuertes. Es aceptar la falta, la duda, el miedo y la ambigüedad que persisten en nosotros y a partir de ellas aprender, experimentar, expandirse y compartir con quienes nos rodean.

Tenemos que aprender a aceptar la ternura como una cualidad positiva en lugar de una debilidad o algo que debe regularse según ciertos códigos sociales y reservarse para ciertas personas. Y es que ir con la sensibilidad abierta no significa renunciar a nuestros límites personales ni vulnerar nuestro bienestar para aceptar incondicionalmente al otro o a lo desconocido. Es tener apertura y capacidad receptiva para conocer y retar nuestras limitantes, expandiendo así nuestras posibilidades de ser y comprender.

Nuestra vida se nutre con las conexiones honestas que vamos creando en el día a día. De ellas aprendemos cuando apreciamos a quienes se nos regalan abiertamente aún cuando nuestras visiones difieren. De ahí surgen amistades, alianzas, relaciones duraderas o efímeras, e incluso momentos fugaces de encuentro con el otro. Pero para lograr esto hay que querer mirar al otro en sí mismo, como un ser ajeno a nuestras expectativas y con afectos y movimientos internos tan válidos y valiosos como los nuestros.

Creo firmemente que hay que tener orgullo en saber mostrarnos vulnerables, así como en entender y abrazar la vulnerabilidad del otro. Si la sociedad nos ha formado para ser competentes y sobresalir, tomemos orgullo en ser empáticos, amables, sensibles y tiernos. Rechacemos un poco la inútil  competencia y asumámonos parte de un todo que se beneficia más con nuestra ternura que con nuestras habilidades duras. Démosle la importancia que merece a la inteligencia emocional complejizando nuestro auto entendimiento para enriquecer y revalorar nuestras relaciones con quienes nos rodean.

Ilustración por: Catalina Cartagena

8 comentarios en “En defensa de la ternura

  1. Ya llevo leídos unos cuantos post o textos, como prefiero llamarlos. Este era el último.
    Y me gusta mucho lo que dices pero, ¿tú te das cuenta de lo complicado que es eso?
    Pero si es como meterse en medio de dos bandos en guerra para poner rosas dentro de sus cañones.
    Recibes un tiro, fijo.
    La sociedad no funciona así. POR DESGRACIA.
    Pero que lo propongas, lo intentes y digas en voz alta me devuelve como poco una pizca de esperanza.
    Yo soy una persona cuya cara no es capaz de reflejar lo que siente dentro. Pero observo y cuando veo por ejemplo a la madre menudita que acude al bus con su nene rubio, Jon ( por fin me atreví a preguntar el nombre del niño ) siempre me alegran un montón. ¿Porqué? porque lleva una enorme sonrisa cada día. Porque va llena de cariño y buen hacer.
    Las personas amables sin ambages son lo mejor de lo mejor.
    Mi vulnerabilidad me reporta daños a muchos niveles pero mostrarla no sé cómo me beneficiaría. Si ya me llaman nenaza por ser como soy …
    Di que sí. Estás en el buen camino. Que nadie te diga otra cosa. O que lo diga y quizá luego lo piense, con un poco de suerte. 👍

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    1. Agradezco lo que leo,es difícil,pero al mencionarlo, lo pensamos y mínimo ronda por nuestra cabeza,hasta que se vuelve una práctica.V olvamos activa la palabra,yo comienzo hoy.

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  2. Me encantó¡¡ Me resisto a la ternura y la hago una forma radical en mi cotidiano. La ternura también es compasión – en el ámbito de compartir la pasión- y la pasión son muchas cosas. Queremos hacer un librito para juntarnos y compartir, te gustaría compartirnos este texto para el librito ? Saludos ¡¡¡ Luego mando la convocatoria 🙂

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  3. Lo que presentas en estas líneas, ciertamente nos puede provocar un cierto escepticismo dada la “selva” que cada día no solo percibimos, sino nos afecta por sus consecuencias en las diferentes dimensiones vitales.
    Solamente me atrevo a recurrir a los escritos del Biólogo Chileno multipremiado y reconocido por sus investigaciones, el doctor Humberto Maturana. Su tesis plantea la posibilidad de pensar qué hay todavía opciones para la humanidad de sobrevivir y es gracias en el fondo a esta capacidad de la ternura individual y colectiva. No es espontánea, hay que trabajar en ella.

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