Comenzaré diciendo que todas las hermanas de mi mamá son divorciadas.
Todos los divorcios fueron por violencia.
Siempre admiré a mi tía, la mayor, a quien en los primeros años de casada su esposo le levantó una botella estando borracho, y ella, indignada, tomó a su hija y se fue para no volver más. Siempre quise su fuerza. Ella creció acompañada de sus hermanas y lo sigue estando, todas dispuestas a hacer lo que sea por sus hijes y su familia.
Mi madre me educó con el pensamiento de que básicamente “men ain’t shit”, mi familia se rige por las mujeres y el poder que ellas construyeron con las adversidades que los hombres les presentaron. Elijo las palabras “que los hombres les presentaron” porque en mi familia nunca hubo sabotaje entre las mujeres, siempre fueron mis dos tíos, hombres, los que causaron sufrimiento, los abusivos y a quienes los criaron con el pensamiento de que eran merecedores del mundo simplemente por existir. ¿Mis tías y mi madre? Crecieron con las ganas de trabajar, de apoyarse, de que nosotros, sus hijes, no tuviéramos que crecer como ellas, con miedo.
Siempre tuve más amigas que amigos. Siempre estuve más cerca de las mujeres y siempre busqué tener cercanía con las de mi alrededor. Problemas no faltaron, claro, pero he aprendido que con todo y los problemas que pude llegar a tener con mis amigas de la secundaria, hoy puedo ver a la mayoría y saber que nos apoyamos, aunque no seamos parte de la vida de la otra.
Cuando pasó el sismo en la Ciudad de México recuerdo haber estado sentada con otras mujeres en un McDonald’s. Quedamos de vernos ahí y estuvimos un buen rato abrazándonos y buscando cómo apoyar desde nuestra trinchera para encontrar personas desaparecidas y revisar que los conocides de todas estuvieran a salvo. Entre lágrimas y apoyo moral, sentí un pedacito de luz en ese día tan oscuro. Me di cuenta de lo importante que era abrir mis oídos y mis brazos para construir una red de apoyo entre mis amigas y conocidas. Ese día pude sentir la sororidad como tantas veces la había leído.
Cuando estamos juntas somos poderosas. Podemos llorar, hablar, amarnos, apoyarnos, movilizarnos y hacer todo para velar por el bien de la otra. En una lucha como lo es la nuestra, que cansa y que duele tan seguido, es vital tener una red de apoyo que nos permita hablar y saber que estamos a salvo. Sabernos fuertes. Nosotras tenemos el poder de destruirnos o construirnos, y me emociona ver y pensar que cada día nos construimos más y dejamos de permitir que los ideales y la competencia femenina nos lleve a destruirnos.
Estoy eternamente agradecida con mi madre, porque sin ella yo no sería feminista. Estoy eternamente agradecida con mis tías, porque sin ellas yo no estaría tan alerta a la violencia. Estoy eternamente agradecida con mis amigas, porque entre lágrimas y llamadas a media noche he podido avanzar ante muchas adversidades y validar mis experiencias que muchas veces hago menos para sobrevivir.
Me emociona pensar que el despertar se está propagando y pronto esta sensibilidad que podemos tener entre nosotras se expanda a la especie humana. Por ahora, tengo a mis amigas y a mis tías, siempre fuertes y maravillosas.