Durante los últimos dos años de mi carrera, me acostumbré a la vida de estudiante y el sueldo de practicante, cuatro mil pesos al mes por 20 horas de trabajo a la semana. Suena poco, y probablemente lo sea, pero en ese entonces me parecía perfectamente razonable. ¿Por qué ahora me resulta imposible pensar en mantener mi estilo de vida actual con un sueldo así?
Hace poco más de 5 meses comencé mi vida como profesionista, en el típico horario de 9 a 6. Una perfecta godín. Evidentemente mis ingresos incrementaron a un monto que, si bien no es extraordinario, me permitió inmediatamente “mejorar” mi estilo de vida. Tener la confianza en que va a haber un ingreso regular entrando a mi cuenta cada quince días me hizo comenzar a gastar cada vez más en cosas tan cotidianas como innecesarias.
Esto me recuerda a lo dictado por la ley de Parkinson: “El trabajo se extiende hasta agotar el tiempo disponible para que se termine”. De la misma manera, nuestros gastos aumentan en la medida en que tenemos más dinero a nuestra disposición. Incluso teniendo buenos hábitos de ahorro, existe una tendencia generalizada a gastar casualmente en productos no esenciales de manera recurrente.
La muestra más evidente de esto es el café, bebida que pareciera ha dejado de ser tal para pasar a representar un estilo de vida por sí mismo. Cuando era estudiante, la felicidad podía consistir en permitirme comprar, en cierta cafetería del campus, un café con dos refiles por 30 pesitos. Ahora que tengo más dinero a mi disposición, no lo pienso dos veces antes de comprarme un café de calidad dudosa por la misma cantidad de dinero, sin refill incluido. Y no lo voy a negar, existe cierta sensación de poder y orgullo en no tener que detenerme a pensar en si debería comprar ese café mediocre o no. Pero ese café es sólo una pequeña evidencia de la insatisfacción general a la que mi horario de 9 a 6 parece empujarme.
Con una semana de 40 o 45 horas laborales, el único tiempo libre que tenemos es en las noches y los fines de semana. Y aunado a esto, el cansancio y el tedio que puede traer consigo un trabajo de oficina nos llevan naturalmente a gastar más en entretenimiento y comodidades.
Pensando en las actividades que más me hacen feliz, inmediatamente vienen a mi mente actividades sumamente sencillas como caminar, conversar con quien sea, bailar, leer o escribir. Sin embargo, el horario tradicional de oficina deja poco tiempo para estas actividades más “wholesome” o, lo que es peor, nos hace pensar que son una pérdida de tiempo. El poco tiempo libre que queda en nuestras manos debe ser aprovechado, y esto suele entenderse como un equivalente a dos cosas: trabajar más, o realizar actividades de ocio o entretenimiento que regularmente implican gastos.
El rol que la mercadotecnia ha tenido en la configuración de nuestros estilos de vida es tan profundo que hemos dejado ya de cuestionarlo, llegando a inmiscuir el consumo de productos materiales y de servicios en todas y cada una de nuestras reacciones naturales a la vida. Gastamos para festejar lo bueno, aliviar lo malo, entretenernos si estamos aburrides, y simular un estilo de vida que deseamos para sentirnos parte de cierto grupo o clase. Cada vez más se paga un elevado costo por cosas tan básicas como la comodidad, gratificación y hasta la convivencia humana. Para aquellos segmentos de la población a los que nuestros ingresos nos dan más de lo necesario para subsistir, nuestra felicidad y satisfacción están cada vez más condicionadas por el consumo.
Incluso para quienes tenemos un trabajo relacionado con nuestros intereses y aspiraciones, existe una toxicidad alrededor de la cultura laboral en el país que nos mantiene en la insatisfacción, el cansancio y con un eterno estrés. Esto se sostiene como el modo natural de las cosas, mientras que la contraparte radica en aliviar estos males comprando nuestro bienestar. La cultura del trabajo actual nos deja cansades, con hambre por auto indulgencias e insatisfeches con nuestras posiciones actuales, pero nos consuela con un salario que promete pagar los remedios a nuestras carencias.
Es por eso que la alianza entre corporaciones y agencias de mercadotecnia es tan efectiva. Para que la economía mantenga su crecimiento, el gasto debe aumentar. El turno de 9 a 6 es maravilloso para la economía actual no porque quienes laboramos en ese horario seamos productives las 8 horas, sino porque nos hace proclives al gasto y a la felicidad basada en el consumo.
Así que tal vez esta soy solo yo hablando desde el fastidio hacia el estilo de vida godín, pero extraño el tiempo para realizar actividades simples y satisfactorias. Extraño el tiempo para perderme en los gustos cualitativos como son la contemplación, la intimidad y la búsqueda de la alegría y la belleza en las cosas simples. Pero no creo siquiera que debamos sentir culpa por nuestros hábitos de consumo, pues la insatisfacción se nos ha impuesto como condición para el progreso. Sólo creo que más interesante sería todo si nos desapegáramos del estilo de vida que la mercadotecnia nos ha enseñado y regresáramos un poco a aquellas grandes cosas que no nunca podremos comprar.