No hace mucho tiempo me vi en la necesidad de mudarme de casa y, por más que me cueste admitirlo, una de las cosas que más me dolió dejar atrás fue mi automóvil. La aparente comodidad de un vehículo y los supuestos privilegios que se tienen al ser dueño de uno eran razones por las cuales por mucho tiempo preferí su uso, hasta que comencé a caminar por la ciudad.
Usar automóvil como principal medio de transporte, aparte de ser un sistema de movilidad urbano no sostenible, significa aislarse de todo contexto inmediato. Al movernos a gran velocidad, solemos ignorar las trayectorias, entendiéndose únicamente como una fracción de tiempo o distancia. Da lo mismo por donde pases, mientras el camino sea más corto, o no haya tráfico.
De repente, y sin quererlo, esta desconexión se convierte rutinaria: entrar a nuestro auto, conducirlo por grandes avenidas llenas de conductores que, al igual que nosotros, están estresados y malhumorados, estacionar, bajar, y llegar a nuestro destino. Nos olvidamos de que los caminos también son espacios habitables, y que deberían vivirse como tal.
Caminando por la ciudad empecé a notar cosas que, aunque fueran parte de mi trayecto habitual, nunca había percibido: personas, texturas, colores, olores, sonidos. Comencé a experimentar mi entorno. Es sentir el sol quemando, sentarse para descansar un rato y que llegue un viento que refresca. Es pasar por la calle de regreso a casa, oler el pan recién salido a lo lejos, detenerte, dar la vuelta y dirigirse a la panadería. Es ver un árbol de limón, un guayabo o un naranjo, y ver si hay algo que puedas tomar para comer en un rato más.
Caminar ofrece la oportunidad de conocer, de sentir, de apropiarse y reapropiarse de la ciudad y sus espacios. Es preferir ir por el camino que tiene más árboles, o el más colorido, o por donde pasan más personas, aunque sea el más largo.
Caminar es una actividad inherente al ser humano. Es observar y descubrir. Es reconocer lugares, es observar edificios una y otra vez a diferentes horas del día, en diferentes estaciones del año. Es generar memorias, recuerdos e identidad.
Es tener la oportunidad de pensar más allá del tráfico, tener tiempo para imaginar que sería lindo escribir acerca de lo bonito que es caminar, y sentarte a hacerlo mientras esperas el camión.
Es cierto que las cosas que enlisto son descontextualizadas, y que se condicionan cuando se vive en una ciudad donde caminar y moverse en transporte colectivo es un acto revolucionario, principalmente porque carece de la infraestructura para poder hacerlo de manera plena.
En Monterrey, caminar también es tropezar con obstáculos: baches, grietas y escalones, con grandes trayectos sin sombra y paradas de autobús sin mobiliario, tener que cruzar las avenidas por los inaccesibles puentes anti-peatonales, y lidiar con conductores insensibles que parece que nunca han caminado (y aquí voy a pausar porque tendría que hacer otro artículo al respecto).
En resumen, caminar es una constante lucha contra la mala ejecución de una planeación fragmentada y un deficiente diseño urbano.
Desde nuestra trinchera nos toca visibilizar y hacer conciencia sobre la importancia que tiene el peatón, así como entender el impacto positivo que caminar puede tener en nuestras vidas.
Como ciudadanos es nuestro deber exigir, entre otras cosas, mejores espacios públicos incluyendo sus conexiones, hacerles nuestros y cuidarles. Acciones sencillas como tirar la basura en su lugar, respetar el mobiliario urbano, reportar incidentes, y en general fomentar una participación ciudadana activa, hace la diferencia.
Mañana, lunes 17 de septiembre, comienza en Monterrey la Semana de la Movilidad, que busca sensibilizar a la ciudadanía en cuanto a alternativas de movilidad sustentable. En ella participan colectivos como la Banqueta se Respeta y Pueblo Bicicletero, que son excelentes ejemplos de cómo podemos comenzar a involucrarnos y participar.
Les invito a que ustedes también sientan y experimenten su espacio y sus trayectos, a que se atrevan a vivir la ciudad, a soltar un rato el volante y empezar a caminar.
Un comentario en “Diario de un peatón”