Hace unos fines de semana tuve la oportunidad de asistir a un encuentro de mujeres activistas LBT de todo el país en San Cristóbal de las Casas, Chiapas organizado por la maravillosa Colectiva Chamanas.
Una compañera feminista, parte de la colectiva Cuirladies de Monterrey, fue invitada como tallerista al encuentro, y su novio me mandó mensaje para decirme que ella iba a estar por aquí, en San Cristóbal, donde vivo. Me emocioné y me contacté con ella, y, después de asegurarme de que estuviera tranquila con los detalles de su viaje, me dijo que podía ir a vivir el encuentro aunque originalmente no hubiera sido invitada.
Déjenme les doy un poco de contexto: llevo un mes y medio viviendo acá, sola, sin mis redes de apoyo, sin mi familia, sin mis amigos, sin mi comunidad feminista y comunidad LGBTQIA+.
Estar ahí fue un respiro de aire fresco.
O más bien, fue como volver a casa. Aunque sólo conocía a una persona.
La cita fue en K’inal Antsetik, un espacio con las paredes llenas de lucha, resistencia y memoria de aquellas quienes lo pisan. Entre risas, bromas y aullidos de aliento, el primer día del encuentro abrió con todas las presentes, variando desde los 20 hasta los 50 años, formadas en un círculo, contando sobre su primer beso con una mujer. Una por una compartieron la edad y la situación en la que sucedió; algunas eran jóvenes, otras habían pasado ya los 30, sucediendo con amigas y hasta profesoras de deportes. La mañana se empezó a tornar en una celebración del amor entre mujeres y el descubrimiento de la sexualidad entre nosotras.
Seguimos el día con un taller de Kombucha, impartido por dos mujeres, que son pareja, originarias de Mérida. Comenzamos hablando sobre alimentación y autocuidado en el activismo. Los acentos de todas partes de la república Mexicana y una que otra persona extranjera sonaban alegremente mientras los grupos de trabajo se conocían y familiarizaban. Después, nos contaron sobre su trabajo con la Kombucha, nos explicaron cómo comenzar nuestro propio cultivo, y sus variedades y cuidados.

El siguiente taller era sobre la violencia económica en las relaciones siendo mujeres LBT. Nos hicimos preguntas para replantearnos nuestras interacciones y maneras de relacionarnos, algunas fueron «¿cómo se muestra la violencia económica entre mujeres?», «¿cómo no somos sororas?» y «¿cómo ejercemos opresión sobre la otra?».
Terminando la larga conversación de nuestras experiencias y la de nuestras hermanas con la violencia, nos dimos un masajito y nos dirijimos al comedor. Compartimos mesas, espacio y conversaciones, donde la comunidad y la solidaridad se mostraba en pequeñas acciones como lavar nuestros platos y área de comida.
Después tuvimos un taller sobre ITS (infecciones de transmisión sexual) y, con activa participación de todas, pudimos conversar constructivamente sobre lo que sabíamos sobre el sexo seguro entre personas con vagina. Nos sacaron un momento para preparar el salón y cuando volvimos a entrar había frutas y chocolate líquido, y nos invitaron a practicar estimulación en los labios y la piel con una pareja de nuestra elección (completamente opcional). Decidí, como una persona que se inhibe fácilmente, buscar una pareja y participar en el ejercicio. Puedo decirles que mi relación con la comida durante el sexo ha mejorado en un 100%. De alguna manera, esto también fortaleció la confianza en el grupo y nos ayudó a hablar más abiertamente sobre lo que pensábamos y lo que habíamos sentido en el ejercicio.
Como último taller del día analizamos nuestra relación con la imagen de la virgen, la religión y nuestra orientación sexual. Analizamos el impacto de la represión del placer en nuestras vidas y en cómo ejercemos nuestra sexualidad.
El día terminó con todas bailando y tomando cerveza en el salón principal con las luces prendidas. Estábamos seguras, libres y un poco borrachas. Sin duda fue el mejor fin de semana que tuve en un buen tiempo, y pude encontrar mi lugarcito en el sur del país.