Ya no podré esconderme detrás de él.
Ya no había nada que separara mi cara del mundo.
Hace unos meses me corté casi todo el cabello como consecuencia de un proceso de transición interna. Quería liberarme del peso que me quedaba o tal vez nada más me daba hueva peinarme, no sé.
Poco tiempo después me levanté extrañando ese conjunto de células muertas en mi cráneo. Mis cachetes eran más prominentes, la textura de mi piel más visible, los pliegues de mi cuello estaban expuestos. Una vulnerabilidad que nunca había experimentado.
Fui «pelona» a una clase de burlesque y de pronto ya no me sentía una sirena mística, sino un alien torpe. Intenté jugar con mi cabello como parte de la coreografía, excepto que no había nada, entonces solo me miraba al espejo desconcertada mientras pasaba mi mano por mi cabeza intentando no despeinarme.
Entré a mi Instagram: todas las mujeres que tenemos como referentes de belleza y la mayoría de las que seguía tienen el cabello largo (o medio largo). Las que tenían pixie cut eran sólo algunas modelos, ya saben, Cara Delevigne y así.
No me había percatado de la seguridad que te da tenerlo y la confusión que provoca en la gente cuando no luces «femenina». ¿Es porque eres feminista? ¿Lesbiana? Nada te prepara para las preguntas juiciosas, las miradas incómodas o las opiniones que caen a cántaros:
“Ay, ¿te lo cortaste MÁS?”
“Ya lo traes más corto que tu hermano.”
“¿Pero por qué te empeñas en no verte bonita?”
Para muchas personas es inconcebible que no todas nuestras decisiones estén determinadas por querer ser convencionalmente atractivas. A veces solo queremos bañarnos más rápido, tenemos el cabello maltratado de tantos tintes de fantasía o deseamos reivindicar nuestro derecho a que nos valga verga, por un momento, qué opinan las demás personas de nuestra forma de habitar el mundo.
En ocasiones aún pienso que “me veía más bonita/más atractiva/*inserte atributo físico que me han hecho creer que necesito para existir dignamente en este mundo*” cuando veo mis fotos antes del corte. Pero cuando alguien me dice que me veo bonita con mi pelito, la validación me reconforta.
Creí que la verdadera disrupción era conciliarme con la idea de que soy bonita pese a no tener cabello largo. Después comprendí que estaba ciclada, la disyuntiva seguía ocupando en mis pensamientos un espacio que no se merecía. Me estaba impidiendo disfrutar, me estaba negando placer a mí misma.
Comencé a observar a mujeres a mi alrededor: se estaban cortando el cabello también. Mujeres de todo tipo de cuerpos y contextos estaban destruyendo moldes que ya no les acomodaban. Estas mujeres, que admiro por muchas otras razones, me resultaban muy fuertes y atractivas.
Bajo la consigna de que no le debemos belleza a nadie encontré un lugar en lo polarizante de este cambio: sólo las personas libres de prejuicios se van a acercar a mí. Porque un conjunto de células muertas no me define. Pero sí me definen las ideas que me llevaron ahí: la liberación, la autonomía, la voluntad.
Porque el cabello crece y, después de cortarlo, nosotras crecemos con él. Porque nos enfrentamos a nuestros miedos e inseguridades. A través de las tijeras nos emancipamos de la identidad que nos impusieron. Transitamos desnudas y dejamos la cabeza más liviana, con más espacio para el cúmulo de ideas que nada puede contener.