Hace algunos días terminé la última temporada de Club de Cuervos. Lloré los últimos dos capítulos. Porque soy sensible, me gusta el fútbol y amo a Isabel Iglesias.
A pesar de todas las banalidades que tiene la serie, la construcción de ciertos personajes es espléndida. Isabel Iglesias es la mujer que necesitaba en mi vida. Es una mujer que se enfrenta a la validación masculina dentro de un deporte y negocio dominado por hombres. Su aventura para lograr ser la cabeza de un equipo de fútbol va desde las peleas con su hermano, un aborto, hasta la humillación mediática por cómo vive su vida siendo una mujer de 39 años.
Isabel se convierte en directora técnica del equipo y logra que Los Cuervos se lleven el campeonato de liga. Para mí, no hay momento más glorioso que ese. Al final, cuando es nominada a la presidencia y es votada por la mayoría del público mi sentimiento fue un tanto extraño. Sentí una felicidad inmensa por verla alcanzar lo que tanto buscaba. Pero al mismo tiempo me dio mucho coraje. Porque no era necesario pasar por tanto. Ella debía ocupar ese cargo desde el inicio de la serie. Si no sucedió así fue solo porque era morra.
Y muchas mujeres nos quedamos en el camino porque la confianza se diluye…
Mi hermano no tenía ni dos años cuando le regalaron el balón conmemorativo del campeonato del América del 2002. Yo tenía 6 y estaba enojada. Vi el partido completo contra Necaxa. Grité el gol de Zamorano. Pero eso no fue vale suficiente para obtener un balón como reconocimiento a mi gusto por el fútbol. Y así crecí. Siendo aficionada al fútbol. Con muchas ganas de practicarlo. Pero sin lograrlo.
Mi cercanía física con este deporte consistió en asistir a los partidos de mi hermano. Ser la persona que apoya. La que celebra sus triunfos y lo acompaña en la derrota. En ese entonces no me di cuenta de que mi espacio en el fútbol estaba reducido a lo relacionado con lo femenino: el cuidado emocional.
En secundaria tuve un montón de preguntas: ¿por qué, si me gustaba tanto este deporte, no lo practicaba? ¿Tenía miedo? ¿Creía que no podía hacerlo? Estudié en un colegio opusdeista. En la escuela de varones, el equipo de fútbol era la regla; en la de mujeres ni siquiera se mencionaba la existencia de dicho deporte. Pero claro que el instinto rebelde salió: hablé con mis compañeras, redacté un documento y juntamos firmas para crear un equipo. Al final, el estereotipo venció. La coordinadora dijo que no se podía porque “era un deporte para hombres” y “era peligroso”. El sentimiento fue amargo. Recuerdo el enojo. “Igual ni juegas bien”, escuché. Y sí, yo no era la persona más talentosa. No era Maribel Domínguez, Charlyn Corral ni Kenti Robles (mi favorita). Pero el foco no debía ser ese. El problema es que yo no tenía la oportunidad de jugar fútbol solo porque era morra.
Abandoné cualquier intento de jugar fútbol. Y me acerqué a la escritura. Si no podía practicarlo, por lo menos podía hablar de él. Entré al periódico escolar en la preparatoria y empecé a escribir sobre deportes. Así fue como decidí estudiar periodismo.
Durante la carrera seguí escribiendo sobre fútbol. Me convertí en editora de la sección de deportes de otro periódico escolar. Aún así, nunca me sentí confiada de mis conocimientos, siempre sentí que mis compañeros hombres estaban más preparados. En clases, cuando se mencionaba “periodismo deportivo” la mirada y la palabra estaba puesta en ellos. Estaba implícito que las personas que se especializarían en periodismo deportivo serían ellos. Y me la creí. Obvié que no sería periodista deportiva porque no estaba a la par.
A pesar del gran cariño que le tengo a este deporte, yo nunca soñé con ser futbolista. Para mí el sueño nunca fue una opción. La representación femenil era nula cuando yo era pequeña. Ahora las cosas han cambiado. El espacio para las mujeres en este deporte está creciendo pero las batallas ahí siguen. Las condiciones laborales y económicas en las que se encuentran las futbolistas son un chiste y se tiene que recordar que para ellas no es un hobby más. Es un trabajo. Si ellos no juegan por amor al arte, ¿por qué las mujeres sí? Según una nota publicada por El Economista, el salario promedio mensual de una jugadora es de 3,643 pesos. Mientras que el hombre promedio percibe un salario mensual de 500 mil pesos, declaró Paola Kuri, embajadora de la campaña #FutSinGénero.
La situación en el periodismo también dista de ser la mejor. En México, La periodista deportiva queda reducida a espacios de 5 minutos, donde se le valora más por lo que viste que por lo que dice. O la incluyen en una mesa de debate, rodeada de hombres, en la que tiene que esperar a que validen lo que dice porque es morra y no debería de estar ahí. Él puede equivocarse en un dato y se olvidará. Ella no se puede equivocar. La lupa está sobre ella. Y el error no será por una distracción. No hay justificación. La culpa es suya. Por ocupar un espacio que no le corresponde.
Actualmente hay un colectivo enorme de mujeres levantando la voz desde el periodismo deportivo como Gabriela Fernández de Lara, la primera mujer en narrar un partido de fútbol en la televisión abierta mexicana; Geo González, comentarista deportiva en televisión y radio; Diana Pérez, editora general de Diario Récord; Nelly Simón, analista deportiva en ESPN, entre otras. Y quiero hacer una mención especial a mi heroína: Marion Reimers, periodista en Fox Sports y presidenta de Versus, organización que busca la eliminación de contenido discriminatorio (género, clase y raza) en el periodismo deportivo. Ella es una de las voces más fuertes en contra del machismo en el deporte.
El fútbol es un deporte y un negocio dirigido por hombres y para hombres. La apertura femenil inició con mujeres que se rebelaron contra los estereotipos de género. El espacio sigue siendo mínimo. Y las condiciones desiguales. A mí me pesa quedar en el papel de espectadora y aficionada. Lo más bonito de esto, es que hoy en día hay muchas niñas que sueñan con ser como Isabel Iglesias, Marion Reimers o Kenti Robles. Y lograrán materializarlo gracias a la lucha de un montón de mujeres increíbles.
Imagen destacada: Fine Art America
Muchas gracias por tus palabras y por contar tu historia. No estás sola. Un abrazo afectuoso.
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