Por Oralia Torres de la Peña
A inicios del año, cuando existían los calendarios, se estrenó en cines una pequeña comedia romántica mexicana: Cindy la regia. Basada en las tiras gráficas de Ricardo Cucamonga, la película dirigida por Catalina Aguilar Mastretta y Santiago Limón presenta a la titular Cindy, una blogger sampetrina que, ante una crisis, huye a la Ciudad de México para encontrarse a sí misma.
El último fin de mayo, cuando el tiempo ya es sólo un número, un pequeño drama mexicano se estrenó en la plataforma de streaming más popular del país: Ya no estoy aquí, dirigida por Fernando Frías. Con un guion original, la película presenta a Ulises, un cholombiano de la colonia Independencia que, ante una crisis, huye a Nueva York para sobrevivir.
Las dos cintas, radicalmente diferentes entre sí, son las dos películas mexicanas más comentadas del 2020. Las dos son producciones de Ciudad de México que localizan a sus protagonistas en una de las ciudades norteñas más grandes e importantes del país. Las dos hablan sobre identidad y búsqueda del hogar, y en ambas los protagonistas tienen que irse – por gusto, por necesidad– para después volver. Las diferencias son abismales en tono y tratamiento, tanto como en la vida real: mientras Cindy “huye” de Monterrey por una crisis de identidad, Ulises lo hace porque un cartel local lo quiere desaparecer. Cindy regresa de CDMX, feliz, tras reconciliar su identidad y sus deseos; Ulises regresa porque no se encuentra en Nueva York, le falta su comunidad, y sólo encuentra desesperanza.
De las dos se hablaron pestes: que Monterrey (o San Pedro) no se reducen a “eso”, que “le dan mala fama” a la ciudad, de una forma u otra. Monterrey, siempre preocupada por el “qué dirán”, por cómo la presentan y cómo hablan de ella, sobre todo si no es para resaltarla como el paraíso económico lleno de prosperidad para todas. Monterrey, la ciudad que prefiere cubrir el mugrero antes de reconocer que está ahí y que debe limpiarse.
De entre las (pocas) representaciones de esta ciudad en el cine nacional, Ya No Estoy Aquí es un poco más controversial porque presenta, poco a poco, una época muy difícil y dolorosa: el alcance de la infame “guerra contra el narco”, del expresidente Felipe Calderón, que mantuvo paralizada a la ciudad por años y trajo consecuencias incalculables, incluyendo la destrucción de importantes tejidos sociales y el aumento de feminicidios. La sociedad regia ha preferido fingir que eso no existió, no pasó. Esto es algo que tendemos a hacer: borramos cualquier referente de memoria -sea un edificio, sea un barrio- y seguimos hacia adelante. Edificios nuevos para “modernizar” la ciudad y alcanzar cierta estética contemporánea que nos ayude a fingir que la utopía está más cerca de lo que pensamos. Vivimos bajo la premisa de que no pasa nada, que lo sórdido presente en nuestras calles no existe. La película de Frías, el segundo largometraje sobre ese oscuro período (el primero fue el documental Hasta Los Dientes, de Alberto Arnaut) choca con ese deseo (¿quizás política cultural?) de desmemoria y nos confronta con realidades que no queremos afrontar.
El éxito de Ya No Estoy Aquí -– filmada en Monterrey, pero producida en CDMX – nos lleva a otra cuestión delicada: ¿por qué esta ciudad no apoya a su industria de cine (y a otras expresiones artísticas)? ¿Por qué no considera importante el arte y la cultura creada dentro de la ciudad? El perfil industrial, después convertido en empresarial, de la ciudad arraigó la noción de que las artes son “una pérdida de tiempo” y que lo mejor que una puede hacer es dedicarse a trabajar en cosas que den dinero y prosperidad económica.
Empero, en un momento histórico donde las artes de entretenimiento son cada vez más importantes, se busca la mejor representación posible dentro de las mismas. Ver personajes en pantalla parecidos a nosotras es algo especial – más si ocurre dentro de la misma ciudad en la que habitas. De ahí, más preguntas sin respuesta: ¿cómo nos vemos, como individuos y sociedad regia, en cine y televisión? ¿Cómo nos presentamos? ¿Queremos depender de la imagen que presentan grupos foráneos de nosotros? ¿Con qué nos identificamos? ¿Qué queremos ver y qué queremos ocultar? ¿Por qué no apoyar a la industria de cine local para tener una mayor diversidad de miradas y perspectivas sobre nuestra ciudad?
Aún con respuestas claras, nos queda un enorme trabajo por delante. Además de buscar la descentralización de la producción del cine mexicano, debemos crear espacios para tanto producción como proyección de cine regiomontano y, también, enseñar al público local a tanto conocer la importancia de este tipo de cine como apreciarlo y resaltarlo.
Sobre la autora: Oralia Torres de la Peña es escritora, crítica de cine y traductora. Nació del otro lado, en una ciudad rodeada de montañas, y vive en Monterrey, con vista al Cerro de la Silla. La encuentras en twitter como @oraleia.