Consciente de que estoy a punto de hacer una generalización peligrosa, voy a decir que ha surgido entre jóvenes/jóvenes-adulto una tendencia a romantizar las enfermedades mentales y presumirlas como si fueran medallas de boy scout que se te van dando por tus logros y habilidades adquiridas.
Estoy segura de que sí muchas personas sufrimos enfermedades mentales (algunas más que otras, algunas más leve que otras) y estoy cien por ciento al tanto de que cada quien vive sus procesos diferente, de que no hay dos personas que experimenten o sientan lo mismo de la misma manera; sin embargo, me duele y me enoja ver que esta idealización crece todos los días.
En mi experiencia, la depresión y la ansiedad, en vez de desbloquear niveles en tu escala social (como parece ser que se cree entre ciertos grupos), acaban contigo: te aplastan y te hunden cada vez más hasta que llega un punto en el que lo único que puedes hacer es sobrevivir o intentarlo, e incluso hacer eso es doloroso y desgastante.
Hace dos semanas hablé con mi terapeuta de cuánta frustración siento al darme cuenta de que no puedo salir de esto. Por más que me esfuerce y por más que lo intente, simplemente no puedo. Me duele notar que ya me resigné, que pienso que así tengo que vivir, que sé que mi existencia seguirá siendo un peso y seguirá lastimándome.
En apariencia todo está bien: tengo un trabajo que me gusta, un buen departamento, amistades maravillosas, una relación de pareja sana, mi mamá y mi abuelita son personas hermosas, etcétera. Y aun así me cuesta trabajo levantarme de la cama. Casi diario abro los ojos a mi pesar y más de una vez deseo con todo mi ser que el día siguiente no sea igual o que ya mejor no sea.
Veo que la gente pone ocho tuits avisando que está teniendo una crisis de ansiedad, un ataque de pánico, o que suben siete selfies llorando y el pie de foto dice “a mitad de mi crisis”. No puedo evitar enojarme, a veces porque siento que es falso y que si tuvieran un verdadero ataque de pánico no tendrían tiempo para tomarse selfies y tuitearlo, a veces he llegado a pensar que me enoja porque me gustaría poder hablar de estas cosas sin sentir una vergüenza aplastante.
Vivir con ansiedad y depresión es también vivir con miedo, uno que cada vez se vuelve más grande. Me da miedo abrumar a quienes me rodean. Me da miedo ser una carga. Me da miedo provocarles ansiedad cuando saben que estoy mal. Me da miedo que estén conmigo por lástima o porque «les da miedo que me haga algo». Me da miedo que piensen que no puedo con esto y que se rindan también. Me da miedo depender de otra persona y me da miedo sentir que fallé «viviendo» y «siendo adulto».
Me gustaría poder sentirme importante y me gustaría poder pedir ayuda, pero las cosas no son de esa manera y me avergüenza mucho ser así. A la fecha no puedo ponerle nombre a lo que me pasa y tampoco quiero hacerlo porque no quiero que se vuelva más real cuando lo ponga en palabras y sea un diagnóstico.
Romantizar la ansiedad, la depresión, la disociación y el aislamiento social, entre otros, es bien peligroso. Es peligroso para quienes manifiestan más gravemente las enfermedades e incluso para quienes tienen síntomas chiquitos y los hiperbolizan en redes sociales. Es hablar de las enfermedades mentales desde la desinformación y la inexperiencia, es no poder y no querer reconocer los grados y la severidad de las mismas.
No puedo evitar pensar que somos Pedro y las enfermedades mentales son el lobo. Me preocupa que un día el lobo por fin venga y mate a Pedro porque nadie le creyó, porque muchas veces antes habló de ataques que no eran reales.