Desde que me gradué y terminaron las campañas, he existido en un limbo patrocinado por el trabajo freelance. Esto me ha causado ansiedad y, en muchas ocasiones, una incertidumbre de la cual no me gusta presumir. Como bien sabemos, Dios da y Dios quita y una de las veces que más me dio fue cuando la vida sin horarios me permitió usar mi hora de la comida para lo que en verdad quería hacer: ir al cine.
Era una super buena idea, teníamos una junta a las 6 y nos daba tiempo para ver una película. Además, si comprabamos una crepa o un panini habríamos también cumplido con las obligaciones de nuestro cuerpo. ¿Qué podía salir mal? Absolutamente nada, elegimos la película y nos dirigimos al cinépolis de Garza Sada a ver «Los Adioses».
Quiero empezar aclarando que yo no estudié cine ni he leído miles de libros. No pretendo analizar esta película y convencerles de cualquiera que sea mi hipótesis. Lo único que les puedo ofrecer es una crónica con la que quiero que decidan ir a comprar boletos para esta película. De preferencia vayan ahorita que están leyendo esto porque les voy a spoilear.
Yo no llegué temprano a la película. Nos tardamos mucho en la fila de la dulcería y tuvimos que entrar a una sala de cine habitada por personas que ya estaban en un mood bien diferente del que traíamos nosotres. Recordemos que yo nomás iba a comer y divertirme, yo juraba que este iba a ser mi momento de paz y diversión antes de regresar a trabajar. Entré a la sala de cine con los oídos todavía resonando de mi última carcajada. Me senté en mi lugar y me empecé a comer mi crepa aún con la idea de que esta iba a ser una comida casual y divertida. No fue así.
Ver «Los Adioses» para mi fue como regresarme a todos los gritos en mi casa cuando me decían que dejara de enojarme y que dejara de llorar. Que no fuera ridícula y que, por favor, dejara de pelearme. El momento en el que Ricardo pide que “disculpen a la Maestra Castellanos por no haberse tomado su Valium”, sentí con ella la punzada familiar en el estómago y el dejo de traición en la boca. Fue volver con el peor ex del mundo y pelearnos porque (según él) no le estaba dando la atención suficiente, que mi trabajo no valiera la pena ni el esfuerzo. Fue recordar que un cabrón me pudo exigir dejar mis cosas de lado para darle la atención que tanto se merece y sentir toda la satisfacción del mundo cuando Rosario le ofrece un detalle y le da a Ricardo para que se compre un café, “pero lejos de aquí”. Fue sentir que mis palabras perdieran volúmen y mi opinión perdiera peso y llorar un poquito (mucho) cuando Rosario le pide que cuide bien sus palabras. De repente, estaba sintiendo en dos horas, todas las veces que alguien implicó que lo que me indignaba era algo minúsculo y que no debíamos perder tiempo en ello, aunque yo jamás he tratado de ser mamá, maestra y escritora.
Lo más difícil era luego regresarme al presente y sentir lo que la reseña te dice que tienes que sentir. Regresar a mi persona actual: mujer, feminista, lesbiana, enojada, y sentir el dolor de las demandas aún vigentes de Rosario. Escuchar un pedacito de cómo era una clase con Rosario Castellanos y sentir el peso del mundo encima cuando reclama que nuestra principal referencia en mujeres escritoras siga siendo Sor Juana. Sentir la furia en el estómago de ver a las mujeres del salón tan atentas y conmocionadas mientras algunos hombres de la clase están distraídos por otras cosas. Hay un momento cuando se entona perfectamente un “no es equitativo, y por lo tanto tampoco es legítimo que uno tenga la oportunidad de formarse intelectualmente y que a la otra no le quede más alternativa que la de permanecer sumida en la ignorancia”. Cuando se habla de tantas desigualdades que vivimos, respecto a nuestro cuerpo, nuestra libre agencia, la posibilidad de aprender, de crecer, de decidir, me duele lo reciente que suena y lo mucho que me gustaría sentir esta película más lejana.

En cuanto terminó la película me puse a buscar las lecturas que revisamos durante una Semana i para encontrar «Lección de Cocina» y poder volverla a leer, recordé que ese taller fue un oasis de una semana de escritoras y maestras y compañeras en medio de una carrera dominada por hombres. Tiempo después, cuando se anunciaron los nuevos billetes, recordé este momento con gusto: qué padre que Rosario Castellanos va a estar en un billete, Sor Juana ya estuvo, qué bonita actualización. Pasando ese breve momento de satisfacción, pensé que el que la película se sienta tan actual indica que nos quedan muchísimas cosas por hacer y vamos lentas, pero vamos seguras. No puede ser que “hombres necios que acusáis…” siga siendo igual de relevante que “no es equitativo, y por lo tanto tampoco es legítimo” al día de hoy. Han pasado cuatro siglos desde la primera y cuarenta años desde la segunda, caray. Nos tenemos que organizar y tenemos que abolir muchas cosas y destruir muchas más, urge tomar poder y unirnos y hablar cada vez más fuerte y más seguido, tener más posiciones de poder, tener más maestras en universidades, más académicas, leer más escritoras.
No podemos seguir permitiendo que, en todos los ámbitos, se nos sigan arrebatando los espacios y el tiempo que nos toca. Necesitamos tomar un momento para reconocer que el mundo no se está actualizando tan rápido y que el patriarcado está bien cómodo ahí todavía. Resistencias hay muchísimas, y verlas a todas hacerlo desde sus espacios es un respiro de aire fresco que me ayuda muchísimo a seguir pensando en las formas en las que yo puedo hacerlo.
En la noche seguía acelerada y ansiosa por seguir platicando. Le hablé de la película a mi mejor amiga y a mi mamá y les rogué que la fueran a ver. Con todo el ruido que me quedó en la mente, fue lo mejor y más inmediato que pude hacer. Por eso, aunque yo no sé nada de cine ni he leído mil libros, les quise escribir de «Los Adioses».
Foto de portada: sitio oficial Los Adioses / The Eternal Feminine
Un comentario en “Crítica a ‘Los Adioses’ de alguien que no sabe nada de cine”