Cuando era más joven mis miedos no tenían nombre, solo existían en mi día a día y se manifestaban en acciones cotidianas, incluso pasaban desapercibidos. Ahora he estado intentando entender el miedo, como emoción universal y también como una masa amorfa que a veces manipula mi percepción de la realidad.
Primero he tenido que entender que el miedo no es un monstruo, existe en nuestros sistemas por una razón y es para alertarnos del peligro. Creo que las cosas se complican cuando vamos analizando qué es lo que nuestros cerebros consideran peligroso o amenazante. En mi caso me fui uno por uno conforme los fuera identificando, estaba decidida a darles pelea a esos miedos paralizantes hasta que ya no existieran. Así pude irles poniendo nombre y descubrí que ya fuera del anonimato eran mucho más sencillos de manejar y también mucho más comunes de lo que me había dado la oportunidad de descubrir.
Entonces puedo decir que hasta encontré comodidad con ellos a mi lado. Poder verlos presentes en las decisiones que tomo, y también en las personas a mi alrededor, de repente me pintaban un mundo mucho menos hostil del que había imaginado previamente. Ahora “estaba bien” tener esos miedos, pues total, todos los tenemos, ¿no? En parte aligeraba la carga saber que no estaba sola en esas preocupaciones, pero eso no significa que iban a desaparecer o iban a dejar de influenciar negativamente mis decisiones. Para eso tenía que entender de donde nacen y como se ven manifestados en mi vida diaria.

© Illustration by Polly Nor 2017
Hay algunos miedos que son fáciles de identificar pero hay otros que se pasean de manera discreta por mi mente y toman diferentes formas. Son pensamientos que me hacen preguntarme ¿Qué tal si…? ¿Qué tal si pasa eso? ¿O digo esto? y resultan en escenarios que se sienten catastróficos en mi cabeza y que me aterran, pero que son muy poco probables a suceder. Son miedos irracionales que puedo detener cuando me doy cuenta de que no están realmente fundados en hechos reales, sino en construcciones ansiosas de mi mente. A veces intento una estrategia que no siempre funciona y que de hecho suena un poco simple y tonta. Lo que hago es que imagino que eso que me da miedo que suceda, sucede. Que el escenario poco probable de mi imaginación es la realidad y todo lo que puede pasar, pasa. Así me doy cuenta de que lo que imagino no es tan catastrófico y todo tiene un remedio. Así pierdo el miedo a la posibilidad.
El miedo realmente no desaparece, sólo se vuelve menos poderoso y me permite continuar con lo que sea que estaba haciendo ya sin tanto ruido mental. Entonces resulta que la intención de darles pelea hasta eliminarlos no sirve puesto que esto difícilmente pasa, y estar en constante pelea con mi mente sólo me agota. Lo que tenía que hacer es aprender a vivir con ellos, una coexistencia pacífica.
No negar el miedo, dejarlo estar presente. Cuando lo siento llegar le permito existir a mi lado, recuerdo que está ahí por una razón. Tener que ver mis miedos a la cara, aunque es difícil, me permite ir conociéndome a mí misma con mayor profundidad. Me empuja a cuestionarme mis intenciones y a plantearme con más claridad las situaciones que me traen estrés.
El miedo son las rueditas de entrenamiento que no le quieres quitar a tu bici, hasta que un día decides intentarlo y nunca se las vuelves a poner. No significa que ya no tienes miedo de caerte y lastimarte, pero aun así vas a seguir usando tu bici.
Imagen destacada por: Polly Nor