Hace unos días caí en la cuenta de que van 17 años desde la primera vez que me bajó. Aún con el tiempo que ha pasado, recuerdo perfecto ese día, estaba de vacaciones el verano antes de entrar a la secundaria, de visita con mi familia. Recuerdo salir del baño, aún algo confundida y haberle dicho a mi mamá que creía que me había bajado. Ella feliz y yo asustada, fuimos a la farmacia a comprar un paquete de toallas sanitarias sin mucho análisis sobre marcas y opciones. No hubo muchas explicaciones sobre lo que implicaba, y esos 9 días (eso duraban mis primeras menstruaciones), fueron horribles. Entre la cantidad de flujo, los cólicos y lo grueso de las toallas sanitarias, no podía creer que todas las mujeres más grandes que yo, pasaran por eso cada mes.
Con el tiempo aprendí que otras mujeres no pasaban exactamente por lo mismo, que cada mujer y cada menstruación son distintas y que, desafortunadamente, no es algo de lo que se hable con la naturalidad y cotidianidad con la que sucede.
Luego de tres años escondiendo las kotex para evitar las burlas al ir al baño y rogando que cuando me tocaba llevar falda no me manchara, pasó el sufrimiento de la secundaria. Al entrar a la prepa, una amiga me introdujo al mundo de los tampones. Con la poca independencia económica y de movilidad que tenía a los 15 años, fue algo que de nuevo, tuve que consultar con mi mamá. A pesar de la apertura que tiene con muchos temas, no fue algo sencillo. Nunca le he preguntado, pero creo que ella nunca usó uno y en mi generación y en esos años, creo que el mito alrededor del himen y la virginidad estaban más arraigados.
Ahora que lo pienso, me imagino lo que pasó por su cabeza al pensar que me sentiría cómoda metiéndome un tubo de algodón en la vagina. Entre los comentarios de las tías, las supuestas recomendaciones de los ginecólogos, las historias de mujeres desmayadas al ponérselos y el síndrome de shock tóxico (pueden leer a Elena que escribió de esto acá) tampoco era algo en lo que confiara al cien por ciento, pero necesitaba una alternativa para no vivir un martirio cada mes. Luego de insistir, cedió en comprarme una caja. Quizá mi papá hubiera sido un buen apoyo en esta discusión, desafortunadamente creo que es un tema en el que nunca se ha involucrado más allá de comprar toallas en el súper.
En esos años, los tampones fueron mi salvación. No había mucha oferta ni difusión como había con las toallas así que compré unos Tampax (la marca que me había dicho mi amiga) con aplicador completo de cartón. Elegí el tamaño Súper porque yo juraba que no había alguien a quien le bajara más que a mí en el mundo. El tamaño funcionó, al menos los primeros meses en los que, comparados con las toallas, eran la gloria. Me permitían tener días normales incluso cuando me estaba bajando. Al pasar el tiempo, fui notando que estaban bien los primeros días en los que el flujo es más abundante, pero los siguientes días había fricción al sacarlos. Fue hasta entonces que empecé a probar otros tamaños. Durante todo este tiempo los seguía combinando con toallas sanitarias (duré años comprando Saba invisible nocturna). Con el paso del tiempo, probé diferentes marcas, diferentes aplicadores, diferentes tamaños. Por la facilidad de ser de una ciudad cerca de la frontera, las posibilidades aumentaban con la oferta que había en Estados Unidos. Cambié a OB, una opción pequeña sin aplicador que podía meter en la bolsa del pantalón sin que se notara.
Pero no fue hasta el año pasado que empecé a pensar en otras posibilidades. Empecé a ser un poco más consciente sobre mi consumo y notar que, a pesar del privilegio en el que he vivido, estuve sujeta a las limitaciones del mercado y las opciones que ofrecía; unas opciones que vende con imágenes bastante alejadas de la realidad que vivo en cada menstruación: kotex en forma de tanga, flujos azules que se absorben por completo en una capa ultra fina de algodón, pantalones blancos en tus días, enjuagues vaginales aclarantes (¿?). Siempre con referencias equivocadas sobre lo que debería hacerme sentir cómoda e incluso mujer.
Aunque había escuchado de ella y creo haberla visto en alguna tienda Target, mi encuentro con la copa fue más casual, un domingo en un puesto del mercado de Callejero. Con dinero prestado porque no traía suficiente efectivo, me decidí a comprarla. Leí atentamente las instrucciones y en mi siguiente menstruación estaba lista para hervirla 3 minutos y metérmela enrollada en la vagina.
Afortunadamente fue un fin de semana en el que tenía más flexibilidad para estar cerca de un baño en cuanto fuera necesario. La primera diferencia con los tampones es que, al menos yo, no siento cuando la copa ya se llenó, lo cual se vuelve un pequeño riesgo. Con la copa es “no se ha llenado” o “se desbordó” (business alert para quienes hacen sensores). La segunda diferencia es que no tiene hilito. Para quien nunca haya visto un tampón o no sepa cómo funciona, tienen un hilo que siempre debe quedar fuera de la vagina cuando te lo pones, mismo que jalas cuando te lo quieres quitar. Esta diferencia fue evidente la segunda vez que me quise sacar la copa y… no la encontraba. Luego de varios minutos de búsqueda, me rendí asumiendo que tendría que ir a un hospital a que me la sacaran y volver a los tampones para siempre. Antes de salir corriendo, busqué en el sabio internet y, por pura probabilidad, era un problema más común de lo que pensaba. La copa puede subir tanto como la vagina se lo permita y para que baje, solo hay que relajarse. Por supuesto que lo que menos estaba era relajada cuando creí que se me había perdido la copa adentro, lo que hizo imposible la tarea de sacarla. Luego de instruirme en el tema, lo logré sin mucho esfuerzo.
El principal argumento de venta de la copa es lo sustentable que es al ser reutilizable y tener una vida útil de hasta 10 años, y, si bien es cierto, los beneficios a mi salud han sido la mejor recompensa. He descubierto que la menstruación no tiene un mal olor, son los productos desechables los que retienen el flujo y hacen que huela mal. También he tenido menos infecciones vaginales, la copa, a diferencia de los tampones, no absorbe (la sangre y otras cosas buenas que deberían quedarse en la vagina), sino que captura el flujo que normalmente sale. Aunque cambiar de producto ha sido un proceso de aprendizaje, el mayor aprendizaje ha sido sobre mi cuerpo y la necesidad de cambiar la forma en que vemos y comunicamos la menstruación. No digo que la copa le funcione a todas las mujeres (acá Silke presenta otra opción que también es mejor que lo desechable), pero sí debemos hablar más de nuestros cuerpos y los procesos por los que pasan y educar en cómo es vivir una menstruación saludable para cada una.
Que genial compartir esta experiencia que a todas nos resulta muy útil Gracias.
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